La Fundación Wilberforce del Perú es una organización no gubernamental dedicada a la investigación académica independiente para la promoción de políticas públicas.
En esta conferencia presentaremos algunas ideas centrales para contribuir en la caracterización de los grupos que se autodenominan pro-vida o pro-familia. ¿Serán estos conservadores, fundamentalistas o anti-derechos? Todos y todas están cordialmente invitados.
A fines de febrero pasado, la congresista por Renovación Popular, Milagros Jáuregui, lanzó una suerte de voz de alerta ante el supuesto peligro que las familias homoparentales representaban, calificando a los miembros de la comunidad homosexual como pedófilos y animales. Sus desafortunadas palabras tuvieron lugar en el foro «Batalla Cultural: Cómo enfrentar el avance del globalismo y rescatar los valores tradicionales», organizado en el Congreso de la República por su copartidario y también congresista, José Cueto, ex jefe del Comando Conjunto de las FF.AA. durante el gobierno de Ollanta Humala.
Lamentablemente, el calificar de forma negativa al “otro”, ya sea por considerarlo inferior desde un plano individual/subjetivo, o porque en realidad es una persona con menos privilegios que la mayoría, no es un fenómeno exclusivo del Perú ni de estos tiempos. Hace cinco siglos, en otro continente y con otros protagonistas, las comparaciones con animales o bestias, eran uno de los recursos utilizados para descalificar a las minorías religiosas.
Entre 1500 y principios de 1600 existió en España una pequeña comunidad cristiana, de ascendencia musulmana, que fue perseguida por la Monarquía y la Inquisición: los llamados moriscos, o cristianos nuevos del islam.
Para entender este asunto, es preciso hacer un poco de historia. El 12 de octubre de 1492, bajo el gobierno de los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, Cristóbal Colón y su tripulación desembarcan en las tierras que más tarde serían conocidas como América o el Nuevo Mundo. Sin embargo, esta no fue la única fecha significativa de ese complicado año. Los monarcas españoles, buscando cristianizar la totalidad de sus dominios, tuvieron que lidiar primero con sus súbditos españoles no-cristianos: los judíos y los musulmanes. Así, meses antes de la empresa colonizadora del navegante genovés, más precisamente el 2 de enero de 1492, Fernando e Isabel conquistan Granada, el último reino musulmán en España y en marzo del mismo año expulsan del territorio español a todos los judíos que se niegan a convertirse a la fe católica.
(La rendición de Granada. Francisco Pradilla y Ortiz, 1882)
Los musulmanes granadinos derrotados eran descendientes de los árabes del norte de África que habían conquistado, gobernado y habitado una buena parte de España durante ocho siglos. No obstante, después de tomar el poder, los Reyes Católicos ordenaron su conversión al cristianismo; es decir, que todos fueran bautizados en la fe católica sin importar si lo hacían voluntariamente o no. Los nuevos convertidos pasaron entonces a ser llamados moriscos y casi un siglo después, entre 1609 y 1614, serían deportados, bajo acusaciones de herejía y traición por, supuestamente, confabular con los turcos del Imperio Otomano, enemigos musulmanes del cristianismo en Europa.
(Moriscos en Granada. Christoph Weiditz, 1529)
Pero ¿qué tienen que ver los musulmanes cristianizados de 1600 con la congresista homofóbica de 2025? Pues que, al igual que esta, los sacerdotes españoles que apoyaban el destierro de los moriscos apelaban a su animalización, los comparaban con perros y serpientes y los calificaban como “naturalmente” lujuriosos. Algunos, incluso, solían identificar a su profeta Mahoma con el leopardo que aparece como una de las cuatro bestias en el Libro de Daniel (7: 1-12).
Uno de estos curas, ancestro ideológico de la congresista Jáuregui, fue Pedro Aznar Cardona, autor de la Expulsión justificada de los moriscos españoles, texto panfletario cargado de insultos hacia los musulmanes y moriscos y en el que los acusaba de lascivos y bestiales. Aznar sostenía que los moriscos estaban completamente entregados al “vicio de la carne” y que todos sus pensamientos y conversaciones giraban en torno a la actividad sexual. No solo eso, también añadía que esta comunidad criaba a sus hijos “como bestias, sin enseñanza racional”. ¿Suena conocido?
(Fragmento de la Expulsión justificada de los moriscos españoles de Pedro Aznar Cardona, 1628)
En su alusión a los homosexuales, Milagros Jáuregui, defensora acérrima de la familia tradicional (mamá, papá, hijos), dijo lo siguiente: “No podemos permitir que el ser humano se porte como animal, cuando el ser humano tiene conciencia, razonamiento”. Como parte de su desenfrenado alegato, la congresista afirmó también que las relaciones íntimas de las parejas de mismo sexo estaban cargadas de “lujuria y lascivia” y que en algunos casos llegaban a involucrar a niños.
Las injurias de Aznar Cardona resuenan en las de Milagros Jáuregui e incluso es posible establecer un paralelo entre las ideas disparatadas del cura español y las expresiones deshumanizantes de la congresista peruana. Cuando ésta animaliza a la comunidad homosexual, del mismo modo que Aznar a los moriscos de hace cuatrocientos años, lo que busca es limitar la posibilidad de que acceda a los mismos derechos de los que gozan los heterosexuales en el Perú (casarse, adoptar, etc.). Una vez que un individuo o grupo es considerado un animal, carente de razón y de conciencia, sus derechos (humanos) son simbólicamente anulados.
Asimismo, si bien en ambos casos existe una base religiosa para descalificar al “otro” (los cristianos católicos en contra de los musulmanes, los cristianos evangélicos en contra de los homosexuales), lo cierto es que poco tienen que ver las creencias religiosas en este asunto y mucho sí una buena dosis de fundamentalismo mezclado con el abuso de poder. Al animalizar a los homosexuales, Jáuregui utiliza un recurso por el que no solo busca desprestigiar, sino también alentar el desprecio popular hacia la comunidad gay y, de ese modo, negarle los privilegios de los que gozan los heterosexuales.
A fin de cuentas, es más fácil atacar a comunidades marginadas y sin privilegios (hay que recordar que la comunidad LGBTQI+ carece todavía de derechos básicos y se encuentra, por ende, en una clara posición de subalternidad), que denunciar a quienes, por ejemplo, son comprobados pedófilos o violadores, pero pertenecen a las más altas esferas de la jerarquía social, política y religiosa del país.